Brockmans /
La Pagode, un lugar único en París
Es curioso encontrar La Pagode, un pedacito tan singular de Oriente, en mitad de París. Una ciudad que huele a bohemia mezclada con la esencia de la vieja Europa.
Y es que París, más allá de lo que se puede ver en los trípticos turísticos, esconde perlas que es necesario conocer teniendo clara una cosa: no nos toparemos por casualidad con ellas sino que, más bien, tendremos que ir en su busca. A pesar de las apariencias, la capital gala saca el alma de explorador de todo buen turista.
Quizás en eso reside el encanto de “La Pagode“, un lugar único dentro de la ciudad que encontraremos si nos adentramos en su jardín en la esquina de las calles Babylone con Monsieur. Y su nombre no deja lugar a dudas de lo que se puede ver si incluimos la visita en nuestro cuaderno de viaje: una pagoda auténtica, construida con una fidelidad que bien puede transportarnos al lejano Oriente sin salir de París y que para todo buen cinéfilo es un lugar de obligada visita. Un auténtico edén en mitad del asfalto.
Custodiada por un jardín japonés en el que las plantas exóticas no son más que el broche de la construcción, esta pagoda no sólo tiene la magia de su construcción sino además la de su historia. Esa genialidad en mitad del distrito VII de París responde a un regalo que, allá por finales del siglo XIX, un acaudalado marido quiso hacerle a su esposa. Construyó para ella una pagoda que, para su promotor, se convirtió en un regalo envenenado ya que su mujer le abandonó al poco de terminar de construirse.
Más allá de la anécdota, lo más importante de este pabellón japonés es que desde 1931 se convirtió en un símbolo del Séptimo Arte. Uno que, en aquéllos tiempos, supuso un nido cultural sin competencia en París, siendo el lugar de referencia para todo intelectual. Tanto que, en círculos parisinos, a los seguidores del cine más vanguardista de la ciudad se les llamaba los “pagoders”. Refugio del arte y ensayo parisino de la época, hoy sigue manteniendo esa magia que la envuelve reconvertida en sala de cine a pesar de mantener esa filosofía de cinematografía de resistencia ajena a lo comercial.
Una recomendación: con francés o sin él, disfrutad de este lugar ya sea viendo una de las películas de su cartelera o tomando un buen gintonic en la terraza del jardín.
Una auténtica experiencia que en nada envidia a lo que podamos ver en la gran pantalla.
Foto | André M.