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Historia del hielo: orígenes de su uso en coctelería
Ese gesto tan característico de hacer sonar el hielo en una copa forma parte del ritual de disfrutar de un gin tonic. Una costumbre que, aunque tenemos asumida como natural, tiene una historia fascinante detrás. La historia de uno de los ingredientes más codiciados desde el mismísimo antiguo Egipto.
Conocer la historia del hielo pasa por hacerlo desde sus orígenes y no desde su presente. O, lo que es lo mismo, por saber cómo el hielo ha sido desde tiempos inmemoriales uno de los oscuros objetos de deseo de las múltiples civilizaciones que han poblado el Planeta.
Y si conocer este singular periplo no deja de ser sorprendente, no lo es menos saber cómo el hielo llegó a las copas del mundo. Algo que no es tan antiguo como puede parecernos, sino que podría considerarse prácticamente un invento moderno.
Una maravillosa manera de entender el fascinante viaje a través del tiempo que ha vivido ese cubito de hielo que hoy transforma una copa en una refrescante bebida.
LA HISTORIA DEL HIELO EN EL MUNDO ANTIGUO
Lo que hoy nos parece tan sencillo como congelar agua no lo fue durante muchos siglos. Sin embargo y a pesar de esa carencia, las distintas civilizaciones que nos preceden buscaron ingeniosas maneras de poder contar con hielo tanto para preservar alimentos como para enfriar bebidas.
La primera referencia que existe del hielo en la Historia se atribuye al Antiguo Egipto. Uno de los descubrimientos arqueológicos más singulares de esta civilización fueron los denominados neveros, que datan del siglo XXIX y XXI a.C. Estos espacios controlados con bajas temperaturas cumplían con la costumbre de la época, sobre todo de los faraones, de beber en frío.
A pesar de que los egipcios fueron los primeros en promover este tipo de espacios, también hay referencias en los textos de Mesopotamia y en Grecia, donde se llamaban casas de hielo y que comenzarían a ser populares sobre el año 400 a.C.
El testigo de esta época lo tomaría la Roma Clásica, aunque su manera de conseguir hielo fue sustancialmente distinta. Para los romanos conseguir este preciado bien helado consistía, fundamentalmente, en fletar expediciones a las montañas nevadas y transportar grandes bloques de hielo con la ayuda de mulos de carga. Para evitar su contaminación, protegían el hielo con sacos de arpillera y pieles de animales. Una forma de evitar que se manchara pero, también, de conservarlo más fresco para el trayecto de regreso.
La siguiente referencia que tenemos del hielo sería en los viajes de Marco Polo. En ellos, se documentaron diferentes recetas chinas que incluían el hielo y que, gracias al recorrido de este viajero, llegaría a Europa. Y sería tal su peso que, en el Renacimiento, el acopio de hielo o de nieve pisada era un auténtico objetivo que se lograba acumulándolo en almacenes subterráneos.
CÓMO LLEGÓ EL HIELO A LA COCTELERÍA
Tras entender la importancia del hielo en la historia del hombre, cabe preguntarse cómo llegó el hielo a nuestras copas. La respuesta tiene nombre propio: Frederic Tudor, un hombre obsesionado con el hielo desde que en un picnic familiar bromeó con la oportunidad de negocio que podía suponer vender bebidas frescas en el Caribe. Una ocurrencia que despertó simultáneamente burlas y el gusanillo de llevar a cabo su idea.
Sería así como Tudor comenzaría a aserrar bloques de hielo de los lagos congelados de la región para llevarlos, en primera instancia, a Martinica. Un destino de ventas que fue un auténtico fiasco, ya que los locales se resistían a enfriar sus bebidas tradicionales. A pesar de este primer fracaso, Tudor continuó con su empresa hasta que demostró a buena parte de la alta clase americana que las bebidas ganaban enfriándose.
Para ello, recorrió el país con lo que el llamaba “demostraciones de corte de hielo”. Un nombre que era tal porque, en el momento, serraba un trozo de un bloque de hielo para enfriar la bebida; y hacía catar a la gente la mezcla a temperatura ambiente y enfriada para demostrar cómo este elemento congelado cambiaba la percepción de una bebida.
Su periplo, con éxitos y fracasos, le llevaría tras años de convicción en su idea a amasar una auténtica fortuna y contar con el sobrenombre de “el Rey del hielo”. Tanto que, apenas tres décadas después de comenzar su negocio, exportaba a 43 países del mundo incluyendo Australia o La India. Algo que logró tras investigar cómo producir hielo natural dejando a un lado los laboriosos inicios de su proceso de elaboración.
Sin embargo y a pesar de que Tudor sería el hombre sobresaliente en la historia del hielo, lo cierto es que en la coctelería europea la clave de la aparición del hielo se atribuye a otro hombre: Jacob Perkins. Un norteamericano afincado en Londres que, en la época en la que Tudor enfriaba el mundo de lado a lado, comenzó a fabricar hielo artificial.
Sería gracias a él y su campaña de convicción de los propietarios de locales de Inglaterra como el hielo artificial comenzaría a poblar las copas inglesas y, en apenas unos años, las del resto de Europa, Asia y Oceanía.
Un triunfo que daría paso a finales del siglo XIX a la fabricación industrial de hielo utilizando maquinaria.
Un singular periplo histórico que, 40 siglos después de su primera referencia, continúa siendo el tesoro helado que era entonces.
Una auténtica herencia de siglos y siglos de la Humanidad que hoy es alma y sonido de nuestras copas.