Inspiración /
Barberías, un placer masculino reinventado
La barba vuelve a estar de moda. No aquella deslavazada, rota, desvaída, no los cuatro pelos que le salen a uno en la pubertad, no. Una señora barba, cuidada, tipo gentleman. Vale que gran parte de la culpa la tienen los llamados hipster, pero es que hay barbas que quedan muy bien, que dan prestancia, símbolo de masculinidad. No es asunto, ojo, de hombres, es que cada día más mujeres los prefieren barbudos, con una aparente barba descuidada aunque esté medida al milímetro.
Gracias a “la vuelta al pelo”, después de tantos años metiendo el dedo en la llaga de la metrosexualidad, se ha recuperado el antiguo concepto de barbería. Esa barbería de toda la vida, que tiene un punto decimonónico que hace diez años echaba para atrás, la que huele a macho men y a ungüentos para calmar el afeitado. La barbería donde navaja y tijera son las grandes protagonistas. Esa que ahora se reinventa sin perder su esencia.
Admitámoslo: no hay nada más placentero que el afeitado a navaja, un placer cotidiano que teníamos olvidado por la urgencia de las maquinillas de usar y tirar. El raspado por el cuello, las patillas, la barbilla… Hasta en Nueva York acaba de surgir una asociación de mujeres fascinadas por ver a sus parejas afeitándose. Freud tendría mucho que decir a este respecto.
LA BARBA COMO RENOVADA SEÑA DE ELEGANCIA
Lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, no es extraño volver a ver en anuncios de grandes superficies y tiendas de ropa modelos con grandes barbas. Es la erótica del pelo bien proporcionado; no olvidemos que durante muchos siglos la barba siempre fue metáfora del poder y de la sabiduría, de la virilidad y la fuerza. ¿Quién podría imaginarse al bueno de Leonardo Da Vinci sin sus largas barbas blancas? ¿O a Dostoievski totalmente afeitado con la carita como el culo de un bebé? Imposible.
La barba también ha llegado a las pasarelas. Los diseñadores barbudos se han multiplicado aunque en nuestro corazón el primero de todos es Carlos Diez, y modelos como Christian Göran imponen el ritmo en esto del pelamen. Hasta actores como Brad Pitt, Christian Bale, Ben Affleck o Johnny Deep en los últimos años tiran de la barba por exigencias del guion o por pura comodidad. No hablemos ya de Joaquin Phoenix, a quien preferimos con barba loca modo homeless que con el ridículo bigote que le ha plantado Spike Jonze en Her.
Curiosamente otro coetáneo de Jonze es el director Wes Anderson, quien mantiene en cartelera, en estos momentos, su último filme: El Gran Hotel Budapest. La película es un gran canto a la Europa de entreguerras donde desfilan algunas barbas bien puestas. Con motivo del lanzamiento de la película, la 20th Century Fox abrió una barbería muy especial en Madrid donde un maestro barbero recibía, durante tres días, a todo el que quería convertir su barba o bigote en tendencia.
BARBERÍAS DE TODA LA VIDA CONVERTIDAS EN TENDENCIA
Pero no hace falta coger cita en esta barbería improvisada para estar al día. Las hay reales, establecimientos de toda la vida, alejados de la modernidad capilar que ha inundado recientemente las peluquerías, para proponer una vuelta a los métodos clásicos. Ni la navaja de Buñuel había brillado tanto.
Muchas de ellas están contenidas en una web muy elegante cuyo lema podría ser aquel antiguo grito de guerra hoy reivindicado por algunas feministas y hace unos días por Madonna, “Donde hay pelo, hay alegría”. La web pretende dinamizar estos negocios que recuperan el viejo arte de un oficio con mucha historia: parece que las primeras “navajas” encontradas para este fin se remontan a la Edad de Piedra.
Así que ya sabes, olvídate de que la barba pica o es de abuelos, el placer masculino comienza por el vello facial. Déjate barba y acude con alegría a una de esas barberías que aún presumen de los famosos postes con rayas rojas, azules y blancas. Y déjate afeitar al milímetro, con tino, con navaja y entre el tintineo de la tijera.
Una experiencia Like No Other.